¿Te atreves a soñar?

martes, 21 de abril de 2020

Cosida al telar


Sin ti, el silencio me araña los oídos. Me arrastro al telar y me esfuerzo por mantenerme erguida. Me cosería con todos los hilos a ese paisaje eterno. El verde, el rojo, el amarillo, mucho amarillo, y el azul...

viernes, 6 de marzo de 2020

Era


El abrigo amarillo mostaza flotaba en una ciudad gris. La niña caminaba despacio y muy recto, sin desviarse ni un poco por el vendaval que arrastraba Madrid. No alcanzaba a verle la cara, pero sabía perfectamente cuál era su expresión. Los ojos, las aletas de la nariz, los labios le temblaban de un modo incontenible. El corazón estaba tan encogido que no habría forma de encontrarlo ni hurgando entre la grasa y los músculos y las venas. Y, sin embargo, era curioso cómo aquel abrigo levitaba sin desviarse un centímetro. 

miércoles, 4 de marzo de 2020

Nada o todo


Cuando cierro los ojos, regresa. Es espumosa y ácida, burbujea como las pompas de jabón en la bañera. Tiene un aliento frío y una voz dulce. Se arrastra. Se arrastra como un cosquilleo nervioso. Y no sé qué es. Ni si tiene que ver contigo. No sé si es miedo o es expectación, o es nada o lo es todo. Se extiende hasta la punta de mis dedos y tengo la impresión de que alguien se dará cuenta. Pero nadie se estremece al besarme. Nadie ve nada por más que yo solo la veo a ella.

jueves, 21 de noviembre de 2019

Los días nevados


Tendría que darse prisa si quería llegar antes de que desapareciese la nieve. Sabía que la estaba esperando para dar largos paseos por el páramo. Los dos debajo de un chaquetón grueso, una bufanda y un gorro ruso. Lo del gorro ruso era imprescindible, porque se lo habían comprado juntos en Moscú a casi veinte grados bajo cero y les traía buenos recuerdos. Crujiría la nieve y con suerte escucharían despertar a los pájaros. Hacía años que se habían prometido pasear los días nevados. Solo los días nevados. Y con el gorro ruso. El gorro ruso era lo único que les quedaba.

miércoles, 26 de junio de 2019

Los primeros rayos de sol


Me esperabas con los pies descalzos al sol. Te habías recogido el vestido para que asomase la piel, que estaba pálida de tanto invierno.

—Hace un buen día —dije.

Aplastaste la hierba para que me sentase a tu lado.

—No me viene bien el sol —me disculpé.

—Entonces quítate los zapatos.

Tú tenías esas ideas graciosas. Me los quité.

—Y ahora, túmbate. Cierra los ojos.

Los cerré.

Imaginé que lo decías para darme un beso. Esperé. Quizá querías que antes esperase.

—¿Ya?

Te reíste.

—Vamos, levántate. Empieza a refrescar y pronto se hará de noche.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

El silencio


Gritas cuando levantas los ojos. En ese único gesto, se tambalea todo tu mundo. Y el mío. Quedamos pendidos de una mirada. No dirás más, porque luego te derrumbarás entre las palabras escritas. Y yo levantaré los ojos con la misma fuerza, porque lo piensas: soy mantienes la mirada y la sonrisa el silencio de tu poesía.


sábado, 29 de septiembre de 2018

Caerse en ti

Echo de menos tu sonrisa, porque cuando sonríes, el mundo baila. El ritmo lo contagia tu boca abierta, tu nariz arrugada y unos ojos muy vivos. 

Chisporrotean con la gravedad de un agujero negro y me caigo dentro. 

Caerse en tus ojos es dar vueltas en lo profundo y en lo desconocido, en el arte, en los versos, en un segundo tan largo como una hora después de ti.

miércoles, 30 de mayo de 2018

Mientras llueve

Las hojas del árbol apenas sostenían las gotas más gruesas. 

—Me gusta cuando llueve —dijiste.

Tenías la mirada apacible y te atreviste a tomarme de la mano. Alrededor nos observaban con tanta discreción que nadie habría reconocido que tenía en alza la antena.

—Este lugar es espiritual. No se miran tanto el ombligo como lo hacemos nosotros.

Te di la razón. 

Acabábamos de cruzar un puente que zigzagueaba para que no lo atravesasen los fantasmas.

domingo, 20 de mayo de 2018

Karaoke

Había tres cabinas transparentes. La primera la ocupaba una chica que se ataba los zapatos. Las otras dos, jóvenes atentos a una pantalla. 

Los descubrimos, solo era evidente en diagonal, con un micrófono en la mano y los auriculares dictandole las notas de una canción de pop china. 

Y aunque sus espaldas no dejaban de ser escaparate para los transeúntes, habían logrado desaparecer por unos minutos del laberíntico metro en hora punta.


miércoles, 9 de mayo de 2018

Calcetines rojos

Cuando se llevaba la galleta a la boca, parecía que la galleta se lo fuese a comer. Pero entonces el niño la sacudía para mostrar su inconformidad y dejaba de ser monstruosa.

Hacía dos horas que el viaje se le hacía pesado, de modo que había tomado la resolución de pasearse con sus calcetines rojos por el vagón, mirando fijamente a los pasajeros. 

Ante las carantoñas, sacaba la lengua -por favor, es que no era ningún bebé-, pero si alguien no le sostenía la mirada, entonces entrecerraba los ojos y profería una ristra de insultos en la cara del desdichado. Su preferido era "que te lleven los demonios", porque se lo había escuchado en la calle a un viejo que parecía un pirata. 

—¿Quieres dejar de molestar a la gente?

Su madre le tiró del brazo en tres ocasiones. Ni una más, porque el marido le recomendó la ignorancia.

El niño regresó al asiento.

—¿Queda mucho?

No hubo respuesta. Golpeó la mesilla que mediaba con su padre.

—En serio, papi, ¿queda mucho o no?

El hombre le miró por encima del libro y dijo que no. 

—¿Cuánto falta? Papá, que cuánto falta.

Dos horas.

¿Ves? ¡Todavía! El crío se cruzó de brazos con los mofletes rojos y refunfuñó que, como siempre, volvía a tener razón, que si se hubieran teletransportado, ya estarían en casa de los abuelos.


También publicado en COPE